SACAR LAS ARMAS Y LA VIOLENCIA DE LA POLÍTICA

Desde el principio, en La Habana, lugar donde hicimos el Acuerdo de Paz que fue firmado posteriormente en Colombia, se pactó un principio que hoy debemos defender con urgencia: sacar las armas de la política. Por eso, uno de los puntos del Acuerdo fue la apertura del sistema político, el fortalecimiento de la participación y un pacto político para dejar atrás la violencia y avanzar en las garantías democráticas, en la palabra, el voto y la movilización pacífica.

[…] “Este Pacto Político Nacional que deberá ser promovido desde las regiones y sobre todo en las más afectadas por el fenómeno, busca hacer efectivo el compromiso de todos los colombianos/as para que nunca más, se utilicen las armas en la política, ni se promuevan organizaciones violentas como el paramilitarismo que irrumpan en la vida de los colombianos/as vulnerando los derechos humanos, afectando la convivencia y alterando las condiciones de seguridad que demanda la sociedad.”

Punto 3.4.2 del Acuerdo Final de Paz

Sin embargo, casi nueve años después, nos duele ver y constatar que eso no se ha materializado plenamente. Desde la firma del Acuerdo, 1778 liderazgos sociales y más de 450 firmantes de paz han sido asesinados, además de las amenazas, hostigamientos y atentados de los que son víctimas diferentes actores políticos. Se siguen estigmatizando ideas y territorios. Vemos como la política, lejos de ser una disputa legítima entre visiones y argumentos, aún es una lucha que cobra vidas.

Solo en Cali, Valle del Cauca, recuerdo que realizamos en el 2019 el “Pacto por la Paz, la Vida y la Reconciliación”, firmado por el alcalde de ese entonces y diversos actores sociales donde además se presentaron compromisos concretos, como la protección de la vida y el fomento de la convivencia. Esto no es solo una anécdota, es y debe ser el recordatorio, la muestra y ejemplo de dar paso real hacia la política sin violencia.

Y es que a estas alturas debemos entender ya, que la violencia no se expresa solo con armas, que detrás de eso, o antes de eso, la violencia habita en el lenguaje, en la estigmatización, en el señalamiento irresponsable y la criminalización de un pensamiento diferente. O afianzamos una política basada en el respeto, en el debate de ideas con argumentos, o seguiremos atrapados en la confrontación, estigmatización y amenaza.

Desde el Congreso, en los territorios y en cada espacio de deliberación pública, estamos llamados a construir un lugar donde ninguna persona tema por su vida. La política tiene que dejar de ser una práctica de eliminación del otro a convertirse en una herramienta real de transformación.

Sacar las armas de la política también significa trabajarle a la participación amplia y diversa, a fortalecer los canales democráticos y garantizar que las decisiones se tomen con base en el diálogo y no en la intimidación.

Es hora de recordarlo, de decirlo con fuerza y de hacerlo cumplir porque no hay verdadera paz si la política sigue siendo un campo de batalla.